Los cientistas políticos insisten en decir que esta campaña electoral no difiere mucho de otras. Las ideas son desplazadas por las puyas, los votos “se mueven” de un lugar a otro, los personajes tiene capturadas a las instituciones y los partidos (o lo que sean o lo que queda de ellos) se sostienen pegados con un mal engrudo casero. Y sí, todo esto es verdad. Desde esta perspectiva todo parece ser igual. 

Yo, por el contrario, creo que esta campaña difiere de otras. Sea porque se han puesto de manifiesto, de manera particular, fallas estructurales de nuestra sociedad o porque han aparecido nuevas evidencias de nuestra precaria democracia, esta campaña electoral está mostrando una parte fea que quisimos ocultar en el patio trasero para no aguar la fiesta del exitoso crecimiento económico de los últimos años.

Las tachas de Guzmán y Acuña mostraron que, desde que recuperamos la democracia en el 2001, poco o nada hemos hecho con las instituciones. Las profesionalizamos poco y las fortalecimos menos. Pero también, con estas tachas se mostró, de varias maneras, que nuestra política es básica y elemental. Privilegia las formas al fondo, los procedimientos a los objetivos.

Cobijarse entre los vericuetos de las normas y los procedimientos produce seguridad, tranquiliza, deja respirar… pero también, acaba con toda posibilidad de mirar reflexivamente, tomar distancia crítica, cuestionar lo supuestamente incuestionable… Y, al final de todo, caer en la tentación de ser definitivamente más o menos buenos en lugar de ser probablemente mejores.

Si seguimos viviendo la democracia solo cada 5 años, en las condiciones actuales hasta los avances de la democracia electoral desaparecerán. Las elecciones serán rutinas y rituales sin sentido, y la calidad de la democracia (la que incluye el día a día) será ese deseo inalcanzable.

¡Bienvenidos al primer “trámite” electoral!