Uno de los principales logros del gobierno pasado fue emprender una reforma educativa, expresada particularmente en el desarrollo de políticas docentes y de educación superior. Estas decisiones, técnicamente bien diseñadas e implementadas, estuvieron asentadas en un aval político del más alto nivel y en la instalación de un positivo discurso en la opinión pública sobre la importancia de la educación para el avance del país.  

Los temas educativos pasaron al espacio de “inactuales” en los medios de comunicación, las discusiones giraron en torno a “contenidos” de política y aunque no se atendió con el mismo interés e intensidad otros aspectos educativos (como la atención a las desigualdades), ni el gobierno, ni los ministros, ni los equipos del sector tuvieron que atender coyunturas, porque había un horizonte más o menos claro de hacia donde se quería ir, con liderazgos activos y una comunidad que acompañaba las decisiones.

Durante este primer año de gobierno todo lo avanzado parece desvanecerse. Aun cuando el origen de esta situación puede estar en la inconveniente e injusta censura a Jaime Saavedra, la debilidad política del gobierno, un tímido liderazgo ministerial (que respondió mejor a las coyunturas y emergencias que a las líneas programáticas) y la pérdida de protagonismo, al menos discursivo, de los temas emblemáticos de la reforma han contribuido a la ausencia pública de la educación.

El Minedu volvió a “hablarle” a quienes creemos en la educación, abandonó su participación activa en los espacios no educativos y dejo de tomar la iniciativa en la opinión pública. Volvió, como mucho antes, a ser reactivo antes que propositivo. Mostró que hay pocas nuevas ideas y menos fuerza en la continuidad de las buenas iniciativas. Los constantes ataques a la reforma universitaria y la huelga de los docentes son muestra que intereses particulares, en un caso, y grupos radicalizados, en otro, han identifican los resquicios de una debilidad institucional por donde entrar para lograr impedir el avance de las reformas. Más que una resistencia sólida basada en argumentos técnicos y racionalidad política, quienes no quieren fortalecer las reformas encuentran intentos desordenados de defensa.

Mientras esto pasa, las desigualdades educativas se acentúan. En las pruebas de segundo grado de primaria, en los distritos más pobres de Lima, los estudiantes de las escuelas privadas comprenden menos de lo que leen sus pares de las escuelas públicas y los niños urbanos doblan a los rurales en los niveles satisfactorios de matemática. El 80% de los niños shipibos de cuarto grado se encuentran en el nivel más bajo de logro de castellano como segunda lengua, mientras que el 50% de los niños quechuas se ubican en el nivel satisfactorio.

Los colegios secundarios en zonas urbanas cuentan con una cobertura de servicios básico significativamente más elevada que aquellos en zonas rurales (75% y 12% respectivamente), y mientras que 8 de cada 10 colegios privados cuentan con servicios de agua, luz y desagüe, en el ámbito estatal son solo 3 de cada 10. Los rendimientos de los estudiantes de segundo de secundaria muestran aún brechas más grandes. En comprensión lectora se advierte que en la población rural poco más de la mitad de los alumnos se ubica en un nivel previo al inicial y tan solo el 2% se encuentra en el nivel satisfactorio (contrastado con el 15% de los alumnos en el ámbito urbano).

En la educación superior, estas desigualdades no tienen vuelta atrás. Mientras que solo 1 de cada 10 jóvenes pobres acceden a la universidad, 5 de cada 10 jóvenes ricos lo hacen. Esto se ve reflejado en el ingreso al mercado laboral formal. Las mujeres jóvenes, indígenas, rurales, pobres tendrán, a pesar de condiciones similares de escolaridad, menos oportunidades laborales que su pares urbanas, no indígenas, y menos aún, que la de los hombres urbanos.

Urge retomar en este nuevo año el camino avanzado, recuperar el entusiasmo, fortalecer la idea de la importancia de la educación y reposicionar a la educación en la agenda pública. Junto con ello hay que reconocer que la educación no está cerrando las brechas. La única manera de enfrentar los ataques a las reformas es con más y mejores acciones de reforma y la forma de combatir las desigualdades es reconocer que con ellas no hay calidad educativa posible.